
Vivir en el Puerto de San Antonio Este, cerca del mar pero lejos de todo
En la calma y apacible villa habitan más de 300 personas. Muchas disfrutan de la paz del lugar, pero padecen las distancias y servicios
Los 60 km que la separan de SAO generan problemas para los estudiantes que deben desplazarse, la atención en salud y la provisión de combustible.
El silencio camina por las calles del Puerto. A veces, esa quietud se rompe por el trino de los pájaros, o las risas de los chicos que juegan en la escuela.
Los que aman la calma, disfrutan de esa muda postal, que sólo cambia durante la temporada de verano. Los que recién llegan, la padecen.
“Al principio no lo podía creer. No se escuchaba nada. Si no fuera por el colegio, que está cerca del cuartel, me hubiera sentido solo, como si nadie viviera acá”, dice Emanuel Epul, un bombero de 30 años que llegó de Viedma y aunque reside en San Antonio cumple guardias aquí.
“Imaginate, todavía no me acostumbro a la vida en San Antonio, así que acá se me complica” agrega el muchacho.
En la vereda opuesta está Blanca Ullúa, una comerciante que siempre vivió en la zona y no cambiaría por nada la quietud del Puerto. “Yo nací en el campo, así que esta tranquilidad me encanta. No me imagino viviendo en otro lugar. Facu, mi único hijo, ya va a la secundaria, y mi ex pareja vive en Allen. Cuando el nene crezca decidirá su rumbo. En mi caso, me pesaría tener que irme. Ni siquiera lo pienso”, cuenta.
El Puerto es muy pequeño. En él residen alrededor de 300 personas, distribuidas en 100 familias. La incorporación del langostino a la actividad pesquera y la puesta en marcha de dos plantas procesadoras provocó que en los últimos años más gente optara por radicarse. Hoy, a antiguos pobladores se sumaron nuevos vecinos que llegaron de Corrientes, o de países limítrofes como Paraguay.
Para llegar al lugar, ubicado a 60 km de San Antonio y a 75 de Las Grutas, hay que atravesar la ruta 3, que en un recodo cambia y empieza a tener al mar como escolta. Esas playas que se extienden hasta alcanzar la villa son las de La Conchilla, inconfundibles por la blancura del lecho de caracoles que las tapiza.
Sobre el otro margen de la ruta se levantan varias viviendas, pero al pueblo se accede al perder de vista el mar. Al girar, una capillita muestra el ingreso a un trazado de calles en las que la arena le gana al asfalto.
A través de los años poco cambió. Los edificios públicos que ocupan la manzana principal (delegación, comisaría, centro asistencial, escuela...) siguen siendo los mismos, al igual que los tradicionales restaurantes y el pool que reina en una esquina. Lo que varió es la oferta de cabañas y departamentos de alquiler temporario, que ante el auge del turismo comenzaron a proliferar, a las que se suman dos pequeños hoteles.
Ya no existen, en cambio, los cabarets que en otras épocas anunciaban su oferta con vistosas fachadas, aunque algún viejo letrero persiste, descascarándose sobre el frente de un comercio deshabitado.
Sin embargo, la imagen de rústica maqueta, con fachadas blanqueadas con cal y calles que culminan frente al playón de acceso a Patagonia Norte (la empresa concesionaria de la terminal marítima) es la que el tiempo insiste en perpetuar, sin que la planificación urbana haya propuesto cambios.
La única obra que se incorporó es un playón deportivo, que aún necesita algún acondicionamiento pero permitió que los 90 chicos que asisten a la escuela de enseñanza inicial y primaria pudieran tener acceso a una serie de actividades deportivas y recreativas, a las que también puede acceder el resto de la comunidad.
“Eso es un avance”, dice Liliana Del Río, la delegada comunal. También la incorporación de una escuela para adultos, que funciona a contraturno y hoy tiene una matrícula de 8 alumnos. “Es que la deserción en la secundaria sigue siendo un tema. Es muy sacrificado cursar para los chicos, que deben viajar todos los días a San Antonio, porque acá no existe oferta para el nivel. Ahora son 13 los que van, viajan a las 8 y regresan a las 12 los del turno mañana y se van al mediodía y vuelven a la nochecita los del turno tarde, en una combi que pone Educación”, detalla la funcionaria.
Otro de los inconvenientes, que constituye un antiguo reclamo de los vecinos, es la construcción de una escuela más grande, porque la que existe, que ahora es de jornada completa, no puede albergar a la cantidad de chicos que asisten, que cursan talleres y almuerzan en el reducido comedor.
Desde la Provincia no han dado ninguna respuesta al respecto, y ahora la delegada plantea una posibilidad que considera viable, que es la de techar un espacio que queda detrás del colegio y se comunica con la trastienda de la comisaría y la delegación. “Es pequeño pero agrandaría un poco el lugar” opina la mujer.
Lo cierto es que el colegio, que posee una matrícula elevada debido a que la población se renueva constantemente, ya saturó su capacidad edilicia, y ése es un tema que desvela a los residentes.
Una de las principales carencias de esta villa es la falta del gas. Y la última promesa, la incorporación de garrafones domiciliarios para el 10 de julio, no se cumplió.
La secretaria de energía provincial Andrea Ponfili manifestó que “el 23 de agosto se autorizó la obra, que tendrá un presupuesto de $4.327.000. Ahora lo que resta es que YPF, la firma con la que tenemos convenio, realice el llamado a licitación”.
Con respecto al proyecto, dijo que 40 familias en estado de vulnerabilidad recibirán un garrafón, una cocina y un calefactor, que se instalará por completo y será recargado gratis. Otras 40 familias, que poseen una mayor cantidad de recursos, también serán contempladas pero accederán a una obra distinta.