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Las ollas calientes de Punta Perdices en bajamar

En plea el lugar es bellísimo. Cuando baja el mar es impactante. Pozas de distintos tamaños quedan repletas de agua tibia y cristalina.

La marea baja descubre en Punta Perdices una restinga encrespada donde fluyen innumerables arroyitos que forman remansos de agua templada y cristalina.

El brazo de mar penetra cientos de metro en tierra continental, con una lengua de arena que llega hasta la ruta de acceso, luego de atravesar la península Villarino, en Puerto San Antonio Este.

Es la otra cara uno de los rincones paradisíacos que tiene la costa atlántica rionegrina, y que por sus particulares características muestra notorios y paulatinos cambios del paisaje, por el eterno subibaja del mar.

Al retirarse, un cauce lento que va languideciendo hasta la siguiente pleamar queda en el acceso a la bahía. Es ideal para remar, pescar con red, bucear con snorkel, practicar paddle surf (o surf de remo) o zambullirse una y otra vez.

Unos metros más arriba se extiende una formación rocosa abrupta, con la superficie tapizada de mejillones en miniatura que la hacen rugosa y agresiva a la planta de los pies.

Innumerables lagunas de distinto tamaño, cuevas y otras oquedades, por donde el agua desciende de unos a otros como una fuente natural gigante, quiebran el paisaje.

Esas ollas llegan a tener algunas varios metros de diámetro y hasta uno y medio de profundidad, suficiente para arrojarse clavados de piscina.

Cada tanto aparecen cardúmenes de pececitos huidizos que se pierden entre las irregularidades de las piedras, pero ni siquiera llegan a categoría cornalitos.

Lo más sorprendente es la temperatura que adquiere el agua en esos compartimentos, ya que es habitual que en las jornadas veraniegas pase de tibia a caliente, y no es una exageración.

Quienes lo experimentaron afirman que es una sensación comparable a la que producen las aguas termales.

Es sumamente agradable sumergirse en una de las concavidades y permanecer un buen rato en medio de la quietud que suele reinar allí, pues la multitud que habitualmente colman sus costas en pleamar merca considerablemente cuando se registra la baja.

La calidez suele llevar a un encantamiento placentero, pero que desaparecerá bruscamente al salir a la intemperie y una sensación de frescura erizante envolverá al cuerpo, aunque el sol esté pegando con fuerza. 

 

 

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