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Con la nieve, los chicos recuperaron la alegría en Bariloche - frankie
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Con la nieve, los chicos recuperaron la alegría en Bariloche

Este sábado, los niños y niñas vivieron una jornada diferente.

Cuando escuchó a sus padres que hablaban en la semana que iba a nevar sobre Bariloche, Gabriel apretó el puño y sonrió. Esperaba con ansiedad desde hace días una buena nevada. Pensó que por fin podría probar la pista que había hecho en el patio de su casa.

Durante semanas casi no había tenido motivos para celebrar nada. La cuarentena lo obligó a recluirse en su casa, lo alejó de su Escuela 367 y de sus amigos. Ahora, había llegado el momento de divertirse.

Gabriel García tiene 12 años y relata que durante varios días del verano pasado ayudó a su papá a sacar las retamas que había en el patio para dejar todo despejado. Su padre quería limpiar, pero él pensaba en el invierno. Es que en el patio tiene una pendiente pronunciada. Es ideal para deslizarse.

La casa está en la parte alta del terreno escarpado y no hay riesgo porque el perímetro está todo cercado. Desde ese lugar se observan los barrios Nuestras Malvinas y Nahuel Hue.

Este viernes fueron los ensayos. Todo salió bien. La nieve acumulada y, después, la helada intensa que cayó la madrugada de este sábado, que dejó un festival de estalacticas de hielo sobre los techos de las viviendas de esta ciudad, puso a punto la pista de Gabriel.

Relata que se despertó a las 9 este sábado, tomó urgido un té caliente, que le preparó su madre, y salió al patio. La temperatura no subía y el cielo gris amenazaba con más nieve. No le importó. Convocó a su hermano Santino, de 7 años, que hizo un aporte importante.

Con una tapa de aluminio de una olla, Santino se deslizó una y otra vez por la pendiente. “Así la dejó parejita la pista”, explica Gabriel. Su madre los observa desde la ventana. Sonríe. Su padre estaba trabajando.

Este sábado, Bariloche volvió a sonreír después de mucho tiempo. La nieve devolvió la alegría a los niños que soportaron semanas de encierro. Ellos acataron -sin reclamar- el aislamiento obligatorio. Esta jornada volvieron a escucharse gritos de felicidad. Fue un pequeño renacer después de tantas semanas de tristeza.

Niños y niñas de todas las edades salieron con lo que tenían a mano a deslizarse por cuanta pendiente tuvieran cerca de su casa. Algunos con barbijos un poco descolocados sobre sus rostros rosados por el frío, otros sin nada. No importaba. Vivieron una fiesta a su modo.

Durante algunas horas no escucharon hablar de coronavirus ni de pandemia, ni de las pérdidas económicas. Fueron felices. No les importó el frío. Tampoco si tenían un trineo o solo una bolsa de nailon. Se sintieron otra vez libres.

“Estuvimos encerrados casi toda la cuarentena”, comenta Gabriel detrás del alambrado a "Río Negro". Algunas salidas al patio a jugar pero siempre en casa. “Estábamos esperando esto”, afirma. Santino lo escucha, sin demasiado atención. Está más preocupado de la tapa de la olla de aluminio, que limpia con una manga de su buzo.

“Casi todo me molesta de la cuarentena”, afirma. “Me enoja que se vayan a juntar a la casa de los amigos y después se contagian”, reclama Gabriel. Dice que se enoja con el coronavirus. “También con los que lo crearon, esos se las re mandaron”, advierte. “La gente no tiene que salir, y si salen a comprar que vaya uno solo”, indica.

Asegura que miedo no tiene. Santino mueve la cabeza para asentir lo que expresa su hermano mayor. Gabriel dice que extraña la escuela, a sus amigos y compañeros de séptimo grado.

Los hermanos se despiden cordialmente y corren. Gabriel lleva su bolsa de nailon de alimentos para perros cuesta arriba. “Estas bolsas son las buenas porque son grandes y firmes”, explica desde la parte alta del terreno.

También, Thiago y Candela afirman que echan de menos a sus compañeros de la escuela 325.

Thiago tiene 12 años y tira el trineo en el que va sentada su hermana de 7. El trineo se desliza sobre la calle Héroes de Belgrano del barrio Nuestras Malvinas. Es una calle de tierra, pero desde este viernes está tapada de nieve y el hielo. “Hace mucho que no los veo”, responde el niño cuando se le pregunta por sus amigos. “Yo echo de menos a Caro y a Ludmila”, agrega Candela, mientras se mira sus guantes de lana, con dibujos.

Thiago relata que el viernes por la tarde disfrutaron del trineo con su papá Elvis Quelín. Y señala una loma, distante a unas dos cuadras de su casa, sobre la que se deslizaron muchas veces. “Estuvo buenísimo”, asegura. Dicen que la cuarentena los tiene aburridos. Y responde que le tiene “un poco de miedo al coronavirus”. La nena sonríe. No agrega nada más. Se alejan por la calle acompañados de su perro que hace piruetas, sobre la nieve.

A dos cuadras, Dan tira el pequeño trineo sobre el que está su nieto Esteban, de 6 años. Ramón está muy arropado y mira cerca del portón donde está su madre. El pequeño tiene solo 1 año, pero observa atento los movimientos de su abuelo y de su hermano.

“Me estoy divirtiendo ahora con la nieve”, explica Esteban. Su abuelo ríe. “Ha sido bastante difícil para ellos esto de la cuarentena”, comenta Alén, la madre, que custodia al más pequeño desde el portón de acceso al terreno. “Ahora con la nieve y uno dice sí salgan un ratito a jugar”, comenta.

“Ellos estaban impacientes, me preguntaban ¿cuándo va a nevar' Yo les decía faltan tres días, dos días y ahora están felices”, relata la mujer. Y destaca que el trineo tiene casi 30 años, porque era del padre de los chicos.

Los nenes no salieron de su casa en el barrio Nuestras Malvinas en todas estas semanas. Cuenta que la última vez que vieron a su abuela, Sandra, fue el 15 de febrero pasado. Ella vive en Dina Huapi, distante a 15 kilómetros.

En otro rincón de la ciudad, un grupo de niños y niñas se lanza por una extensa pendiente de la calle La Paz. Gritan y se aferran con todo a los culipatines y bolsas de nailon. Esta vez, la carrera la ganó Luna. Pero Jazmín, Lourdes y Santiago quieren revancha. Y vuelven a emprender el lento ascenso hacia la cumbre. No se cansan. Su única preocupación es que la nieve no se vaya.

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